HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
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Tato
fokker dr1
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HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
Mapa de Berlín-Charlottenburg:
Berlín-Charlottenburg hoy:
Berlín-Charlottenburg-Museo Bode:
Emblema JG52:
Emblema JG27 (Grupo I):
Raoul Lufberry:
Su avión: el «amarillo 14» (Messerschmitt Bf109F)
Marseille y un Hurricane derribado:
Condecoraciones obtenidas por Marseille
Cruz de Hierro de Segunda Clase:
Cruz de Hierro de Primera Clase:
Cruz Germánica en oro:
Cruz de Caballero:
Cruz de Caballero con Hojas de Roble:
Cruz de Caballero con Hojas de Roble y Espadas:
Medalla de Oro al Valor Militar (condecoración italiana):
Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Brillantes (póstuma):
Curtiss P-40:
Junkers Ju-88:
Funeral de Marseille:
Para aquel caminante nocturno que recorra las arenas por sobre las que alguna vez voló Marseille, si mira hacia las estrellas, con espíritu abierto y aguzando el oído, tal vez pueda escuchar los ecos lejanos de «La Rumba Azul».
Un cordial saludo para todos,
fokker dr1
Bibliografía consultada: «Hans-Joachim Marseille» del Mayor Robert Tate de la U.S.A.F.
Tres cazas Hurricane sobrevolaban el desierto de África. Habían efectuado una misión de patrullaje y, en su transcurso, se habían topado con tres aviones alemanes. Se produjo un fugaz enfrentamiento durante el cual habían logrado derribar a un caza alemán, pero también habían perdido un Hurricane. Ahora, regresaban a sus líneas. Volaban en formación de triángulo: el líder por delante y sus escoltas por detrás, a derecha e izquierda. No faltaba mucho para llegar a su base y los pilotos conversaban animadamente entre ellos. Bromeaban porque, al ser tres, no podían adoptar la formación defensiva en círculo. Era el final de 1941 y luchaban contra las unidades aéreas del Afrika Korps. Uno de los escoltas señaló el hecho de que tenían el sol en contra, aunque rápidamente le restaron importancia porque ya estaban cerca de su destino. También, alguien mencionó a ese «misterioso» piloto alemán que decían que solía aparecer de la nada, como un fantasma. El líder respondió: -«No lo creo. En mi opinión, es un invento de la propagan...»- No pudo terminar su comentario. Un Messerschmitt Bf109F trepó hasta ubicarse por delante de su línea de vuelo, una breve ráfaga impactó contra la cabina del líder que murió al instante, su avión se ladeó y comenzó a caer. El piloto alemán «cortó gases», inclinó los flaps hacia abajo hasta que crujieron, realizó un violento viraje a la derecha y, mientras viraba, abría fuego contra la cabina del escolta izquierdo. Luego se zambulló en una brutal picada, enderezó y desapareció de la vista del único inglés que continuaba volando. El segundo Hurricane ametrallado, con el piloto muerto por las ráfagas, caía en barrena. El escolta derecho radió a la base lo sucedido. Lo interrogaron sobre qué había ocurrido en detalle. Cuántos los habían atacado. El inglés respondió: -No lo vi muy bien. Fue todo muy rápido. Pero era un solo caza alemán y me pareció que tenía pintado un número 14 de color amarillo al costado de su fuselaje-
Hans-Joachim Marseille nació en Berlín, zona de Charlottenburg, el 13 de Diciembre de 1919.
Mapa de Berlín-Charlottenburg:
Berlín-Charlottenburg hoy:
Berlín-Charlottenburg-Museo Bode:
Su familia era de ascendencia francesa, pero se hallaba instalada en Berlín desde el año 1700 aproximadamente. Su padre, oficial del ejército alemán que alcanzó el grado de general, se divorció de su madre cuando Hans-Joachim era apenas un niño. Sin duda, es posible afirmar que esta separación influyó visiblemente sobre el desarrollo de su personalidad: de carácter independiente, informal y rebelde ante las normas que pretendían imponerle.
A los 18 años, en Noviembre de 1938, ingresó a la Luftwaffe. Está claro que la vida militar le importaba muy poco y que, en rigor, se enroló con el único propósito de dar satisfacción a su pasión por volar. No obstante, por haberse alistado en tiempos de paz, pudo recibir un entrenamiento completo y ordenado.
En 1940, ya iniciada la guerra un año antes, Marseille es destinado a la JG52 (Jagdgeschwader 52) (1), al mando de Johannes Steinhoff, y participa en la Batalla de Inglaterra.
A los 18 años, en Noviembre de 1938, ingresó a la Luftwaffe. Está claro que la vida militar le importaba muy poco y que, en rigor, se enroló con el único propósito de dar satisfacción a su pasión por volar. No obstante, por haberse alistado en tiempos de paz, pudo recibir un entrenamiento completo y ordenado.
En 1940, ya iniciada la guerra un año antes, Marseille es destinado a la JG52 (Jagdgeschwader 52) (1), al mando de Johannes Steinhoff, y participa en la Batalla de Inglaterra.
Emblema JG52:
Durante ese período logró derribar siete aviones británicos, pero él mismo fue derribado en seis ocasiones, salvando su vida, en todos los casos, luego de saltar con su paracaídas. Como soldado, Marseille era indisciplinado, individualista, acostumbraba a volar «en solitario» (violando, de ese modo, las normas estrictas de la Luftwaffe). Era, asimismo, mujeriego declarado, trasnochador, usaba el cabello más largo que lo permitido por el reglamento militar, escuchaba habitualmente Jazz, Swing y Rumba (música que estaba prohibida en la Alemania nazi) y «lucía» una hoja de servicios repleta de sanciones disciplinarias. Sin duda, estaba muy lejos de la clásica imagen del militar prusiano. Finalmente, la frágil relación entre Marseille y Steinhoff hizo crisis y este último decidió transferirlo de la JG52.
Algún tiempo después de terminada la guerra, Johannes Steinhoff declararía lo siguiente sobre este tema: «Marseille era un piloto sobresaliente, bien dotado para el combate, pero no era fiable por esa época. Como era bien parecido y mujeriego, tenía novias por todas partes lo cual le restaba energía. Esa fue la razón que me decidió a transferirlo». Esta declaración fue efectuada después de concluida la guerra, cuando la realidad de los hechos ya habían demostrado la calidad de piloto que Marseille fue y, por lo tanto, no justifican ni esclarecen nada. En lo personal, siempre he pensado que esas expresiones han sido un intento de Steinhoff de disminuir la intensidad de la estupidez que cometió al transferirlo. Pero lo hizo mal, sin dar cuenta ni reconocer ningún error cometido, declarando únicamente el «motivo» que lo impulsó a quitárselo de encima. Sus palabras no sirven, no explican nada, no se excusan de nada y no creo que hayan sido sinceras. Si para Steinhoff la JG52 tenía que ser una perfecta máquina militar prusiana, cometió un triste error de interpretación y puso en evidencia su incapacidad para juzgar a sus hombres. No todos los grandes soldados alemanes llevaron las botas lustradas y brillantes.
Sea como fuere, el traslado (concebido como un castigo) resultó en un auténtico beneficio para Marseille. En Enero de 1941 es transferido, entonces, a la JG27 en Döberitz, en las proximidades de Berlín.
Algún tiempo después de terminada la guerra, Johannes Steinhoff declararía lo siguiente sobre este tema: «Marseille era un piloto sobresaliente, bien dotado para el combate, pero no era fiable por esa época. Como era bien parecido y mujeriego, tenía novias por todas partes lo cual le restaba energía. Esa fue la razón que me decidió a transferirlo». Esta declaración fue efectuada después de concluida la guerra, cuando la realidad de los hechos ya habían demostrado la calidad de piloto que Marseille fue y, por lo tanto, no justifican ni esclarecen nada. En lo personal, siempre he pensado que esas expresiones han sido un intento de Steinhoff de disminuir la intensidad de la estupidez que cometió al transferirlo. Pero lo hizo mal, sin dar cuenta ni reconocer ningún error cometido, declarando únicamente el «motivo» que lo impulsó a quitárselo de encima. Sus palabras no sirven, no explican nada, no se excusan de nada y no creo que hayan sido sinceras. Si para Steinhoff la JG52 tenía que ser una perfecta máquina militar prusiana, cometió un triste error de interpretación y puso en evidencia su incapacidad para juzgar a sus hombres. No todos los grandes soldados alemanes llevaron las botas lustradas y brillantes.
Sea como fuere, el traslado (concebido como un castigo) resultó en un auténtico beneficio para Marseille. En Enero de 1941 es transferido, entonces, a la JG27 en Döberitz, en las proximidades de Berlín.
Emblema JG27 (Grupo I):
La escuadra de cazas pasa, alternativamente, por Austria, Rumania, y Bulgaria. Pero, en la primavera de 1941, es destinada al norte de África para dar apoyo aéreo a las operaciones del Afrika Korps. Hay que destacar que el comandante de la JG27, el general Eduard Neumann, tuvo la «visión» que le faltó a Steinhoff: reconoció de inmediato en Marseille a un verdadero as en potencia, por lo que fue particularmente tolerante con él y lo ayudó a desarrollar todas sus habilidades.
Es así que el joven piloto berlinés comenzó a estudiar detenidamente las características del combate aéreo sobre el desierto y desarrolló su propio programa de entrenamiento, que incluía la parte física como la de pilotaje. De ese modo, se concentró en el mejoramiento de su «visión» en el teatro de operaciones: dejó de usar los anteojos de sol (gafas de sol) para que sus ojos se fueran adaptando al potente sol del desierto y a su aire siempre seco. Había notado que en ese desierto siempre tan luminoso, los aviones podían detectarse desde distancias mayores que sobre Europa. Quien viera primero, tendría ventaja. Asimismo, llevó a cabo intensas sesiones de «ejercicios físicos» con el propósito de fortalecer sus músculos abdominales, como así también los de los brazos y las piernas, a fin de poder sostener combates aéreos de mayor duración resistiendo la presión sobre el cuerpo. En esto, Marseille fue un pionero en reconocer la importancia que, sobre un piloto de caza, tenía aquello que luego se conocería como «fuerza G». Simultáneamente, puso en práctica el «vuelo acrobático», pero no para entretener a sus compañeros que lo observaban desde tierra, sino para conseguir el máximo control de su avión en maniobras extremas. Se ejercitó en la práctica del «tiro», no solamente en línea recta ascendente o descendente, sino además en los momentos de viraje con su avión, algo que era generalmente desaprovechado. En cuanto a su «técnica» de combate es donde Marseille se muestra como un genuino creador. Se convenció de que, en las condiciones de visibilidad perfecta sobre el desierto, las formaciones cerradas se hallaban en una situación de desventaja contra el ataque de un caza que efectuara procedimientos rápidos de acercamiento. Lo intenso y fulminante de esa maniobra, en el instante de iniciar el combate, resultaban para él más importante que la velocidad final de vuelo. Este concepto es de la mayor importancia, porque la costumbre extendida era volar con el avión a velocidad plena. Marseille comenzaba su ataque con una aceleración vertiginosa, luego reducía abruptamente la potencia, bajaba bruscamente los flaps con lo que parecía «colgarse del aire», con eso lograba reducir su radio de giro, resultando más lento, pero significativamente más maniobrable que el enemigo. Por esa época, los pilotos británicos empleaban la formación defensiva en círculo, creada durante la Primera Guerra Mundial por el piloto estadounidense Raoul Lufberry.
Raoul Lufberry:
Ante una formación de este tipo, Marseille atacaba antes que nadie pudiese verlo, ni siquiera sus propios compañeros de escuadrilla. Ubicaba su avión por detrás y por debajo del círculo, ascendía utilizando como ventaja el punto ciego del ala de su adversario, derribaba al último avión, reducía furiosamente su velocidad, bajaba los flaps, se introducía en el círculo, giraba «corto» su Messerschmitt y derribaba los aviones uno tras otro, hasta que los británicos rompían el círculo. Ese era el momento en que entraba en una picada aterradora hasta recuperar la sustentación. Su compañero de vuelo, Reiner Poettgen, siempre recordaba lo difícil que le resultaba proteger a Marseille porque, sin aviso previo, se lanzaba solo contra un enemigo que él había visto antes que los demás. Como consecuencia de su entrenamiento y de su concepción de la guerra aérea en el desierto, Hans-Joachim fue sumando derribos y aunque algunos de sus compañeros intentaron copiar sus técnicas de combate, nunca lograron igualarlo. Empezaba a hacerse evidente su excepcional puntería y, además, acostumbraba a disparar a la cabina del avión adversario con la finalidad de ultimar al piloto. Por eso se afirma que apenas precisaba de un promedio de 15 balas para derribar un avión. Método cruel, pero tremendamente efectivo. Su Messerschmitt, el «amarillo 14» (por tener un número 14 pintado en grandes números amarillos a los costados del fuselaje), pronto fue haciéndose temiblemente conocido entre los pilotos aliados.
Su avión: el «amarillo 14» (Messerschmitt Bf109F)
Marseille y un Hurricane derribado:
En Septiembre de 1940 le es otorgada la Cruz de Hierro de Segunda Clase y en la primavera de ese mismo año recibe la Cruz de Hierro de Primera Clase. El 1º de Julio de 1941 es ascendido a Leutnant (Alférez) y el 24 de Noviembre es condecorado con la Cruz Germánica en oro. El 22 de Febrero de 1942 alcanzó su victoria número 50 y obtiene la Cruz de Caballero. En Abril de 1942 lo ascienden a Oberleutnant (Teniente) y se le confiere el mando de la 3ª Staffel (Escuadrilla) del Grupo I de la JG27, como Staffel-Käpitan, que no era un rango sino una posición operativa dentro de la Staffel. El 5 de Junio ya llevaba 75 derribos y le son concedidas las Hojas de Roble para la Cruz de Caballero. El 18 de Junio había obtenido las 101 victorias. Sus proezas eran divulgadas por toda Alemania y su popularidad era tal que los diarios alemanes comenzaron a llamarlo la «Estrella de África». Por ese tiempo recibe como premio una licencia especial para retornar a Alemania a descansar. En Berlín es condecorado con las Espadas para agregar a su Cruz de Caballero con Hojas de Roble. El 6 de Agosto de 1942, Benito Mussolini (quien era uno de sus más fervientes admiradores) le concede la condecoración italiana Medalla de Oro al Valor Militar.
Condecoraciones obtenidas por Marseille
Cruz de Hierro de Segunda Clase:
Cruz de Hierro de Primera Clase:
Cruz Germánica en oro:
Cruz de Caballero:
Cruz de Caballero con Hojas de Roble:
Cruz de Caballero con Hojas de Roble y Espadas:
Medalla de Oro al Valor Militar (condecoración italiana):
Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Brillantes (póstuma):
Regresó a su unidad a finales de Agosto y, desde esa fecha hasta el 26 de Septiembre, se anotó 57 derribos más que completaron su total de 158 victorias. Quizá su más espectacular enfrentamiento haya sido el del 1º de Septiembre de 1942, donde logró derribar diecisiete aviones enemigos en un solo día y en el transcurso de tres misiones. También ese día recibió la noticia de la muerte de su padre en el frente de Stalingrado. La primera de las misiones de ese 1º de Septiembre dió comienzo al amanecer, a las 7,30 hs., y consistía en escoltar a una escuadrilla de Stukas que debían bombardear un objetivo establecido. Al arribar a destino, Marseille descubrió a una escuadrilla de Curtiss P-40 y los atacó de inmediato.
Curtiss P-40:
Una ráfaga corta y el primer avión que cae. El piloto alemán buscó otro enemigo y completó su segundo derribo. Minutos después se anotaba su tercera victoria. Cuando iniciaban el retorno a su base, fueron sorprendidos por una escuadrilla de seis Spitfire. Marseille no dudó un instante, efectuó un impecable «Giro Immelman» y enfiló directo hacia el líder inglés, ambos se dispararon entre sí, pero luego el alemán giró a la derecha, redujo la potencia, bajó los flaps y la escuadrilla inglesa pasó a su lado, otro giro corto a la izquierda y quedó a unos 100 metros del último Spitfire. Dos ráfagas breves impactaron en el motor y en la cabina. El avión británico se prendió fuego y comenzó a caer. Esa fue su cuarta victoria de la primera misión. A las 9,15 hs. la escuadrilla de Marseille aterrizaba en su base. Durante el proceso de reaprovisionamiento de munición y combustible, descubrieron que el piloto berlinés había disparado escasamente 60 balas de ametralladora y 20 proyectiles de cañón. Pero nadie se asombraba ya de su magnífica puntería.
A las 10,20 hs. la escuadrilla despegó nuevamente, en su segunda misión del día, para brindar protección a otra formación de Stukas. A poco de haber partido, Marseille descubrió (siempre primero) dos agrupaciones de bombarderos británicos, protegidos por dos escuadrillas de caza con unos 25 Curtiss P-40 cada una. Una de esas escuadrillas se arrojó al ataque de los Stukas. El piloto alemán y sus hombres los interceptaron. Los ingleses rápidamente se alinearon en la posición defensiva en círculo. Marseille, empleando su técnica, se dirigió al círculo, disparó y cayó el primer avión inglés. Apenas unos instantes y derribó al segundo. Luego al tercero. Los británicos rompieron el círculo y se dirigieron hacia el noroeste. El piloto alemán se aproximó, desde abajo, al último avión: unas escasas ráfagas (como era habitual) y caía el cuarto enemigo. Los ingleses se reagruparon adoptando nuevamente su defensa en círculo. Hans-Joachim volvió a atacarlos, el quinto y el sexto P-40 cayeron en cuestión de minutos. La segunda escuadrilla británica también volaba en círculo. No vieron a Marseille que ascendía directo hacia ellos y, con su técnica de aproximación, derribó al último de la formación. Ya en situación de regreso, el piloto berlinés divisó a un P-40 que volaba dejando una estela de humo blanco. Lo atacó y el P-40 estalló en el aire. Fueron ocho derribos en esa segunda salida.
A las 17,00 hs. la escuadrilla despegó, en su tercera misión del día, para escoltar, en esta oportunidad, a una formación de bombarderos Junkers Ju-88.
A las 10,20 hs. la escuadrilla despegó nuevamente, en su segunda misión del día, para brindar protección a otra formación de Stukas. A poco de haber partido, Marseille descubrió (siempre primero) dos agrupaciones de bombarderos británicos, protegidos por dos escuadrillas de caza con unos 25 Curtiss P-40 cada una. Una de esas escuadrillas se arrojó al ataque de los Stukas. El piloto alemán y sus hombres los interceptaron. Los ingleses rápidamente se alinearon en la posición defensiva en círculo. Marseille, empleando su técnica, se dirigió al círculo, disparó y cayó el primer avión inglés. Apenas unos instantes y derribó al segundo. Luego al tercero. Los británicos rompieron el círculo y se dirigieron hacia el noroeste. El piloto alemán se aproximó, desde abajo, al último avión: unas escasas ráfagas (como era habitual) y caía el cuarto enemigo. Los ingleses se reagruparon adoptando nuevamente su defensa en círculo. Hans-Joachim volvió a atacarlos, el quinto y el sexto P-40 cayeron en cuestión de minutos. La segunda escuadrilla británica también volaba en círculo. No vieron a Marseille que ascendía directo hacia ellos y, con su técnica de aproximación, derribó al último de la formación. Ya en situación de regreso, el piloto berlinés divisó a un P-40 que volaba dejando una estela de humo blanco. Lo atacó y el P-40 estalló en el aire. Fueron ocho derribos en esa segunda salida.
A las 17,00 hs. la escuadrilla despegó, en su tercera misión del día, para escoltar, en esta oportunidad, a una formación de bombarderos Junkers Ju-88.
Junkers Ju-88:
Cerca del objetivo, los bombarderos fueron descubiertos por unos quince Curtiss P-40 que los atacaron de inmediato. Pero cuando Marseille y sus hombres se descolgaron desde lo alto, los británicos formaron su círculo defensivo. Nuevamente Hans-Joachim se introdujo entre ellos y, en una acción que duró de siete a ocho minutos, abatió cinco aviones. Al finalizar ese 1º de Septiembre de 1942, Marseille había conseguido derribar diecisiete aviones enemigos.
Dos días después, el 3 de Septiembre de 1942, habiendo elevado a 128 sus victorias, es ascendido al grado de Hauptmann (Capitán). El joven piloto alemán continuó luchando y hasta finales de Septiembre de 1942 derribó treinta aviones más, completando de ese modo sus 158 triunfos. Desde Berlín le fueron otorgados los Brillantes para su Cruz de Caballero con Hojas de Roble y Espadas. Pero resultó una condecoración póstuma, pues no alcanzó a recibirla en vida.
El 30 de Septiembre de 1942, Marseille partió en una misión rutinaria, pero esta vez piloteando un Messerschmitt Bf109G, avión al que no le tenía tanta confianza como al modelo F y, aunque manifestó su deseo de continuar con su unidad habitual, le fue ordenado utilizar aquel nuevo modelo. En su vuelo de regreso, a las 11,35 hs. aproximadamente, el avión del piloto berlinés comenzó a emanar humo desde el interior de su cabina. Probablemente se haya producido la rotura de una tubería de aceite, rociando el interior del cockpit e impidiéndole la visión al exterior. Al mismo tiempo, aumentaba la temperatura del motor y se generaba una espesa cortina de humo, quizá como consecuencia del aceite que se quemaba. Continuó volando hasta salir del sector de las líneas enemigas, pues no quería caer prisionero, pero a las 11,39 hs. transmitió por radio el que sería su último mensaje: «Tengo que saltar. No puedo permanecer más aquí adentro». Abrió la cabina con el avión en vuelo invertido para poder arrojarse en paracaídas. Tal vez enceguecido por el humo, se demoró en su lanzamiento, y cuando por fin logró saltar, ya su Messerschmitt había entrado en picada a unos 600 km. /h. Marseille golpeó contra la cola del avión. Quizá murió como consecuencia de ese golpe o quizá el golpe lo desmayó y se precipitó a tierra sin poder abrir su paracaídas. Su cuerpo fue hallado a unos siete kilómetros al sur de Sidi Abd el-Rahman.
Había sido el fin de la «Estrella de África». Tenía 22 años.
Fue enterrado en el desierto, en el cementerio militar de Derna, Egipto. Una pirámide erigida en su honor exhibe una placa con la siguiente leyenda (en alemán, italiano y árabe): «Aquí descansa el Capitán Hans-Joachim Marseille. Caído invicto el 30 de Septiembre de 1942»
Dos días después, el 3 de Septiembre de 1942, habiendo elevado a 128 sus victorias, es ascendido al grado de Hauptmann (Capitán). El joven piloto alemán continuó luchando y hasta finales de Septiembre de 1942 derribó treinta aviones más, completando de ese modo sus 158 triunfos. Desde Berlín le fueron otorgados los Brillantes para su Cruz de Caballero con Hojas de Roble y Espadas. Pero resultó una condecoración póstuma, pues no alcanzó a recibirla en vida.
El 30 de Septiembre de 1942, Marseille partió en una misión rutinaria, pero esta vez piloteando un Messerschmitt Bf109G, avión al que no le tenía tanta confianza como al modelo F y, aunque manifestó su deseo de continuar con su unidad habitual, le fue ordenado utilizar aquel nuevo modelo. En su vuelo de regreso, a las 11,35 hs. aproximadamente, el avión del piloto berlinés comenzó a emanar humo desde el interior de su cabina. Probablemente se haya producido la rotura de una tubería de aceite, rociando el interior del cockpit e impidiéndole la visión al exterior. Al mismo tiempo, aumentaba la temperatura del motor y se generaba una espesa cortina de humo, quizá como consecuencia del aceite que se quemaba. Continuó volando hasta salir del sector de las líneas enemigas, pues no quería caer prisionero, pero a las 11,39 hs. transmitió por radio el que sería su último mensaje: «Tengo que saltar. No puedo permanecer más aquí adentro». Abrió la cabina con el avión en vuelo invertido para poder arrojarse en paracaídas. Tal vez enceguecido por el humo, se demoró en su lanzamiento, y cuando por fin logró saltar, ya su Messerschmitt había entrado en picada a unos 600 km. /h. Marseille golpeó contra la cola del avión. Quizá murió como consecuencia de ese golpe o quizá el golpe lo desmayó y se precipitó a tierra sin poder abrir su paracaídas. Su cuerpo fue hallado a unos siete kilómetros al sur de Sidi Abd el-Rahman.
Había sido el fin de la «Estrella de África». Tenía 22 años.
Fue enterrado en el desierto, en el cementerio militar de Derna, Egipto. Una pirámide erigida en su honor exhibe una placa con la siguiente leyenda (en alemán, italiano y árabe): «Aquí descansa el Capitán Hans-Joachim Marseille. Caído invicto el 30 de Septiembre de 1942»
Funeral de Marseille:
Marseille fue un verdadero as que comprendió, como ningún otro pudo hacerlo, las características especiales de la guerra aérea en el desierto. Varios de sus compañeros intentaron copiar la técnica creada por el piloto alemán, inclusive repitiendo el entrenamiento que también había desarrollado, pero no consiguieron igualar sus logros. Pues, para «cortar gases», bajar los flaps, «colgarse del aire», girar corto, disparar y derribar, disparar otra vez y derribar nuevamente, y siempre salir indemne, hace falta una sincronización de movimientos, una habilidad, un sentido del tiempo y la distancia precisos, que en Marseille eran condiciones innatas. Fue «naturalmente» un as. Basta recordar que, durante el combate del 1º de Septiembre de 1942, en la segunda de las misiones del día, la Staffel del alemán consiguió derribar doce aviones británicos, pero de esos doce derribos, ocho fueron del as berlinés.
Después de su muerte, sobre él se expresaron hombres como el general Adolf Galland quien manifestó lo siguiente: «Fue el más virtuoso de los pilotos de combate». Del mismo modo su comandante, el general Eduard Neumann, lo definió con estas palabras: «Fue una mezcla de aire fresco de Berlín y champagne francés. Un auténtico caballero».
Después de su muerte, sobre él se expresaron hombres como el general Adolf Galland quien manifestó lo siguiente: «Fue el más virtuoso de los pilotos de combate». Del mismo modo su comandante, el general Eduard Neumann, lo definió con estas palabras: «Fue una mezcla de aire fresco de Berlín y champagne francés. Un auténtico caballero».
Para aquel caminante nocturno que recorra las arenas por sobre las que alguna vez voló Marseille, si mira hacia las estrellas, con espíritu abierto y aguzando el oído, tal vez pueda escuchar los ecos lejanos de «La Rumba Azul».
Un cordial saludo para todos,
fokker dr1
(1): La Jagdgeschwader (Escuadra de Caza) era la más grande de las formaciones operativas de la Luftwaffe. Compuesta habitualmente por tres Gruppen (Grupos, también llamados Alas) estaba integrada por unas 110 a 200 aeronaves de combate, aproximadamente.
Bibliografía consultada: «Hans-Joachim Marseille» del Mayor Robert Tate de la U.S.A.F.
fokker dr1- Soldado Raso
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Re: HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
bueno yo tengo la colección de libros del tercer reich (si vienen a cúcuta vengan a la libreria panamericana, en ventura plaza hay toda una variedad de buenos libros que nunca veran en venezuela incluyendo esta colección, de este muchacho se hablaba en los tomos 1 y 2 del afrika corps apasionante es mejor que ver películas, el tenia una carpa con fotos de las actrices alemanas de la época y una araña gigante de mentiras colgada por dentro (puro cuarto de carajo como los de hoy en dia) hay una película alemana yo la tengo, que se llama el baron rojo buenísima si no pueden verla por lo menos descarguenla
Tato- Sargento Mayor de Tercera
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Re: HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
Tato escribió:bueno yo tengo la colección de libros del tercer reich (si vienen a cúcuta vengan a la libreria panamericana, en ventura plaza hay toda una variedad de buenos libros que nunca veran en venezuela incluyendo esta colección, de este muchacho se hablaba en los tomos 1 y 2 del afrika corps apasionante es mejor que ver películas, el tenia una carpa con fotos de las actrices alemanas de la época y una araña gigante de mentiras colgada por dentro (puro cuarto de carajo como los de hoy en dia) hay una película alemana yo la tengo, que se llama el baron rojo buenísima si no pueden verla por lo menos descarguenla
Muchas gracias por tu aporte sobre «este muchacho». Faltaría agregar que, dentro de esa carpa o tienda, Marseille también tenía una amplia variedad de bebidas y abundante whisky y, asimismo, un gramófono portátil donde escuchaba permanenteme su tema preferido que era «La Rumba Azul» del compositor cubano Armando Oréfiche.
Saludos, Tato,
fokker dr1
Saludos, Tato,
fokker dr1
fokker dr1- Soldado Raso
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Re: HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
¡hola!, de echo pdría haber superado a Hartman de no ser por su acidente, uno de los grandes olvidados de la aviación militar, y no se le pudo echar en cara nada sobre un hipotético entrenamiento inferior de sus enemigos, tal y como se le echaba en cara a los pilotos alemanes del frente oriental.
zabopi- Soldado Raso
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Re: HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
ya todo lo dijo fokker dr1 pero unos pequeñisimos detallitos para sumar al todo
Sobre hartmann y marceille:
Hartmann decia sobre el combate a "mordisco de perro" que este era una simple perdida de tiempo y riesgo para la vida, el se acercaba a boca de jarro, a alta velocidad y disparaba asegurando su victoria y huyendo del combate, por lo general hartmann se conformaba con un solo derribo antes de emprender el escape ( con la palabra escape no me refiero a huir cobardemente si no a un simple retiro), esto se ilustra muy bien en uno de sus ultimos derribos cuando se precipito sobre unos mustangs derribando a uno y provocando que los americanos se lanzasen sobre unos yakoles sovieticos que estaban en el area haciendo que estos se derribasen entre ellos ( del libro "aces de la luftwaffe"), de marseille se puede decir que fue el mejor piloto de combate de la segunda guerra mundial por el dominio que este tenia en el arte de la deflexion, era capaz de penetrar en las formaciones britanicas y derribar a sus enemigos con poquisimos proyectiles, muchos de sus compañeros decian de este que era capaz de hacer bailar su Bf-109F al limite del stall y encajar impactos en puntos "debiles", este es un merito extra dado que el bf-109F era una base muy inestable a velocidades menores a 300 kph
en los 50 salio una pelicula sobre el llamada "la estrella del africa" y creo es la unica pelicula sobre un as de la segunda guerra mundial hecha en alemania, otro detalle, tengo una revista "classic aircraft" de 1974 donde un historiador britanico quiso investigar sobre los derribos de marseille para desmentirlo y se encontro con el penoso hecho ( para su fin por supuesto) que estas victorias si eran reales!
otro detalle, mattias era su ayudante, un chamo negrito prisionero de guerra britanico que la jg-27 adopto, en 1962 hubo un encuentro de aces de combate en alemania donde muchisimos pilotos participaron y entre los pilotos estaba mattias quien fue hasta alemania a rendirle honores a su jefe, despues de esto mas nunca se supo de el
cajjus bekker en el libro "luftwaffe" le dedica un capitulo entero
saludos!
Sobre hartmann y marceille:
Hartmann decia sobre el combate a "mordisco de perro" que este era una simple perdida de tiempo y riesgo para la vida, el se acercaba a boca de jarro, a alta velocidad y disparaba asegurando su victoria y huyendo del combate, por lo general hartmann se conformaba con un solo derribo antes de emprender el escape ( con la palabra escape no me refiero a huir cobardemente si no a un simple retiro), esto se ilustra muy bien en uno de sus ultimos derribos cuando se precipito sobre unos mustangs derribando a uno y provocando que los americanos se lanzasen sobre unos yakoles sovieticos que estaban en el area haciendo que estos se derribasen entre ellos ( del libro "aces de la luftwaffe"), de marseille se puede decir que fue el mejor piloto de combate de la segunda guerra mundial por el dominio que este tenia en el arte de la deflexion, era capaz de penetrar en las formaciones britanicas y derribar a sus enemigos con poquisimos proyectiles, muchos de sus compañeros decian de este que era capaz de hacer bailar su Bf-109F al limite del stall y encajar impactos en puntos "debiles", este es un merito extra dado que el bf-109F era una base muy inestable a velocidades menores a 300 kph
en los 50 salio una pelicula sobre el llamada "la estrella del africa" y creo es la unica pelicula sobre un as de la segunda guerra mundial hecha en alemania, otro detalle, tengo una revista "classic aircraft" de 1974 donde un historiador britanico quiso investigar sobre los derribos de marseille para desmentirlo y se encontro con el penoso hecho ( para su fin por supuesto) que estas victorias si eran reales!
otro detalle, mattias era su ayudante, un chamo negrito prisionero de guerra britanico que la jg-27 adopto, en 1962 hubo un encuentro de aces de combate en alemania donde muchisimos pilotos participaron y entre los pilotos estaba mattias quien fue hasta alemania a rendirle honores a su jefe, despues de esto mas nunca se supo de el
cajjus bekker en el libro "luftwaffe" le dedica un capitulo entero
saludos!
hansclaw- Soldado Raso
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Re: HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
Amigo hansclaw:
Saludos,
fokker dr1
Luego de tus interesantes observaciones, voy a agregar simplemente dos opiniones: 1) En forma completa, el general Adolf Galland expresó sobre Marseille: «Marseille fue un virtuoso sin rival entre los pilotos de caza de la II Guerra Mundial. Sus logros han sido considerados como imposibles y tras su muerte no han sido superados por nadie»; 2) el propio Marseille, dirigiéndose a su amigo Hans-Arnold Stahlschmidt, le señaló lo siguiente: «A menudo experimento con un modo de combatir que considero debería ser el habitual. Me veo a mí mismo en medio de un enjambre de británicos disparando desde cualquier posición sin ser atrapado. Nuestros aviones son los elementos básicos, Stahlschmidt, y debemos dominarlos. Tienes que ser capaz de disparar desde cualquier posición, en un giro a la izquierda o a la derecha, al rolar, sobre tu espalda, siempre. Sólo de esta manera puedes desarrollar tus propias tácticas. Deben ser tácticas de ataque que hagan que el enemigo simplemente no pueda prever lo que vas a hacer en el curso de la batalla, tienes que ser capaz de realizar toda una serie de acciones y movimientos imprevisibles, nunca el mismo, eso te permite que no se te escape la situación de las manos. Sólo entonces puedes zambullirte en medio de un enjambre de aviones enemigos y golpearles desde dentro.»
Saludos,
fokker dr1
fokker dr1- Soldado Raso
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Re: HANS-JOACHIM MARSEILLE - LA «ESTRELLA DE ÁFRICA»
Saludos... Cada as tuvo sus circunstancias determinadas y teatro específico, lo cual incluía a determinada clase de enemigos, con mayor o menor experiencia en el vuelo de combate, circunstancias éstas que influían en el nivel de victorias alcanzadas. Marseille puede ser el mejor piloto alemán de la II GM, al menos de caza, pero en Japón existió un hombre que devino en leyenda, no tanto por el número de derribos, sino las circunstancias en que combatió y la calidad de sus hazañas, el cual merece un post para él así como lo merece Marseille, de lo cual me encargaré... aquí les dejo un adelanto narrado por el mismo
[quote]A las cinco y veinte del 24 de junio de 1944, las sirenas de la alarma aérea de Iwo Jima comienzan a sonar. La estación de radar señala una gran concentración de aviones norteamericanos setenta millas al Sur. Los pilotos japoneses corren a sus Ceros, cuyos motores ya han sido puestos en marcha por el personal de tierra, y luego empieza a retorcerse el polvo en el aire al correr por las pistas más de ochenta Ceros, replegar el tren de aterrizaje y lanzarse como flechas al cielo.
Los pilotos de los Ceros se hacen señales unos a otros, y rompen la formación. Cuarenta y dos cazas suben casi en candela y perforan las nubes. Los cazas nipones buscan en todas las direcciones. Nada. A excepción de ellos el cielo está vacío.
Un descuidado enjambre de cazas norteamericanos asciende casi en vertical desde las nubes. Al atravesar éstas, los pilotos estadounidenses han descuidado su formación. Inmediatamente, los Ceros pasan al ataque, picando con la mayor rapidez sobre los aviones enemigos que, momentáneamente pero totalmente, han sido cogidos desprevenidos.
Los pilotos norteamericanos empujan a tope la palanca del mando de gases para ganar velocidad desesperadamente. A poca velocidad, con los morros en alto por la subida, cogidos desapercibidos, cegados por el sol, los Grumman sólo pueden recibir el castigo hasta que los japoneses se deslicen a través de ellos.
El aviador naval Kinsuke Muto era el As más destacado del Ala de Yokosuka. Excelente tirador y piloto, Muto bajaba a todo gas, con un control perfecto. Sus ametralladoras y cañones escupían cortantes ráfagas desde cerca. Dos Hellcats se incendiaron casi de inmediato; el As japonés, tan pronto alcanzaba un enemigo se dirigía a la siguiente víctima. Después, eligió a un Grumman, mientras su piloto metía el caza en una serie de toneles tratando frenéticamente de escapar de su adversario.
Saburo Sakai
El avión recibió una larga ráfaga en los depósitos de combustible e hizo explosión, pero Muto ya estaba tras otro caza. El piloto norteamericano se retorcía y giraba magníficamente. Ante un aviador medio, habría conseguido escapar, pero Muto era cualquier cosa menos un piloto del montón. Proyectiles de cañón se estrellaron contra la cabina del Hellcat, y Muto se apuntó su cuarta victoria del día. Los Hellcats se precipitaron hacia las protectoras nubes de abajo.
El primer indicio que los cuarenta pilotos nipones, que esperaban debajo de las nubes, tuvieron de la lucha que se desarrollaba sobre ellos, fue la vista de un caza norteamericano que de precipitaba hacia tierra. Momentos después un enjambre de Hellcat se desplomaba de las nubes en acusado picado y a todo gas.
Si en la fuerza que operaba sobre las nubes se encontraba Muto, la fuerza de debajo tenía a Saburo Sakai. Sin embargo Sakai volaba con desventaja. Había sido gravemente herido tiempo atrás y solo tenía vista en un ojo. No había combatido en varios años.
Saburo Sakai nos relata el combate bajo las nubes:
No hubo vacilación por parte de los pilotos norteamericanos. Los cazas Grumman atacaban con los motores a pleno régimen. Luego los aviones cubrían el cielo, ganando altura desde el nivel del mar a la capa nubosa mientras reñían encarnizados encuentros. Se deshacían las formaciones.
Me lancé en apretado rizo y luego salí de él para situarme en la cola de un Hellcat, soltando una ráfaga tan pronto el avión apareció en el colimador. El avión enemigo se distanció, y mis balas sólo encontraron el vacío. Caí en una espiral vertical a la izquierda y seguí acortando distancias, tratando de abrir hueco para un disparo certero en la panza del aparato. El Grumman intentó igualarme en el giro; ese era el momento que necesitaba: el vientre del caza llenó el colimador, y solté una segunda ráfaga. Los proyectiles de los cañones hicieron explosión a lo largo del fuselaje. Al segundo siguiente, espesas nubes de humo negro surgieron del avión, el cual entró en un incontrolable picado hacia el mar.
Yo veía cazas por todas partes, largas estelas de humo, llamaradas y explosiones. Había mirado demasiado tiempo. Las trazadoras surgieron directamente por debajo de mi ala; instintivamente, tiré de la palanca hacia la izquierda, viré para colocarme sobre su cola y solté una ráfaga. Fallé. Él picó fuera de mi alcance, más rápido de lo que yo podía seguirle.
Me maldije por haberme dejado coger desprevenido, y con igual vehemencia maldije mi ojo son luz, que dejaba en sombras casi la mitad de mi área de visión. Con la mayor rapidez, me deslicé fuera del arnés del paracaídas y liberé mi cuerpo, para poder moverme el asiento y compensar así la falta de visión lateral.
Y miré sin darme un momento de reposo. Tenía a mi cola por lo menos media docena de cazas Grumman, maniobrando para situarse en posición de tiro. Sus alas aparecieron envueltas en llamas al abrir fuego. Otro giro a la izquierda -¡Rápido !- y las trazadoras pasaron inofensivamente. Los seis cazas rebasaron mis alas y ganaron altura en giros ascensionales a la derecha.
¡ Esta vez no! ¡ Oh, no! Empujé a tope la palanca del mando de gases y giré a la derecha, volviendo sobre los seis cazas a toda la velocidad que el Cero podía darme. Eché un vistazo a popa: no había otros aviones a mi espalda. Uno de estos iba a ser mío. ¡ Lo juré! El Cero acortó rápidamente la distancia al Grumman más cercano. A cincuenta metros, abrí fuego con los cañones observando cómo las granadas recorrían el fuselaje y desaparecían en la cabina. Humo y llamas surgieron debajo del cristal: un instante después, el Hellcat se desvió alocadamente y cayó sobre un ala, con su rastro de humo aumentando cada segundo.
¡Pero había más cazas a mi cola! De pronto, no tuve el menor deseo de enfrentarme a ellos. Me invadió el cansancio como si fuera un manto sofocante. En los viejos días de Lae, no habría perdido tiempo en tirar del Cero e ir a por ellos. Pero ahora me sentía como si todo mi vigor se hubiera secado. No quería luchar.
Piqué y salí huyendo. En estas condiciones habría sido un verdadero suicidio oponerme a los Hellcats. Un desliz, un segundo de retraso en mover la palanca de mando o el pedal del timón ... y allí acabaría todo. Necesitaba tiempo para recobrar el resuello, para sacudirme el súbito aturdimiento. Quizá se trataba de la consecuencia de tratar de ver mucho con un solo ojo, como había venido haciendo; únicamente sabía que no podía combatir.
Escapé hacia el norte, empleando la sobrealimentación del motor para alejarme. Los Hellcats dieron la vuelta en busca de caza más fresca ...
Volé lentamente en círculos, al Norte de Iwo, aspirando profundamente el aire y tratando de relajarme. El mareo desapareció, y volví a la zona de lucha. El combate había terminado. Aún se veían Ceros y Hellcats en el cielo, pero se hallaban muy separados, y los cazas de ambos bandos volvían a sus grupos respectivos.
A proa y a la derecha vi quince Ceros que rehacían la formación, y me acerqué para unirme a ellos. Subí por debajo de la formación y ...
¡Hellcats! Ahora comprendí por qué el médico, tiempo atrás, había protestado con tanta vehemencia de mi vuelta al campo de batalla. Con un solo ojo, sufría la perspectiva, y yo perdía los pequeños detalles al identificar aviones a distancia. Hasta que las estrellas blancas sobre fondo azul se hicieron claras no me di cuenta de mi error. No traté de desprenderme del temor que me asaltaba; giré a la izquierda, di una vuelta ceñida, picando para alcanzar más velocidad, y confié en que los cazas Grumman no me hubieran visto.
No tuve tal suerte. Los Hellcats rompieron la formación y emprendieron la persecución. ¿Qué podía hacer yo? Mis posibilidades se presentaban desoladoras.
No; todavía quedaba una salida, y una pequeña posibilidad en ella. Estaba casi sobre Iwo Jima. Si podía superar en la maniobra a los otros aviones - tarea casi imposible, pensé- hasta que se vieran escasos de combustible y tuviesen que romper el contacto para regresar a sus bases de partida ...
Entonces me di cuenta de la velocidad de estos cazas. Acortaban distancias en segundos. ¡ Eran tan rápidos! Resultaba inútil correr más ...
Retrocedí en apretado giro. La maniobra sorprendió a los pilotos enemigos al tiempo que subía hacia ellos en espiral. Me quedé asombrado; no se dispersaron. El caza guía respondió con una espiral idéntica, reproduciendo perfectamente mi maniobra. De nuevo volé en espiral, acercándome más esta vez. Los aviones adversarios no cedieron terreno.
Estos nuevos Hellcats eran los aparatos enemigos más maniobreros con los que me hubiera tropezado antes. Salí de la espiral en una trampa. Los quince cazas desfilaron en una larga columna. Y al momento siguiente me encontré girando en un anillo gigante de quince Hellcats. Por todos lados veía las anchas alas con las estrellas blancas. Si alguna vez un piloto se ha visto rodeado en el aire, ese era yo.
Disponía de poco tiempo para examinar mis desventuras. Cuatro cazas rompieron su círculo y vinieron hacia mí. Estaban demasiado anhelantes. Me aparté fácilmente del camino, y los Hellcats pasaron de largo, aparentemente sin gobierno. Pero lo que creí un ligero giro únicamente me situó por encima de varios otros cazas. Un segundo cuarteto rompió el anillo, derecho a mi cola.
Corrí. Aceleré para sacar al motor hasta el último gramo de fuerza y me alejé lo suficiente a fin de colocarme fuera del alcance de sus armas, al menos por el momento. El primer cuarteto había subido de su zambullida y de hallaban por encima de mí, picando para hacer otra pasada.
Pisé con el pie derecho el pedal del timón, haciendo derrapar al Cero hacia la izquierda. Luego la palanca de mando, bien a la izquierda, en agudo giro. Aparecieron unos cuantos fogonazos debajo de mi cola derecha, seguidos por un Hellcat que caía a plomo.
Salí del tonel en ceñida vuelta. El segundo Grumman se hallaba a unos setecientos metros detrás de mí, con las alas ya envueltas en llamas amarillas de sus ametralladoras. Si no lo había sabido antes, lo sabía ahora. Los pilotos enemigos estaban tan verdes como los bisoños míos ... y este podía ser el factor que quizá me salvara la vida.
El segundo caza siguió aproximándose, salpicando todo el cielo de trazadoras, las cuales no llegaban a mi aparato. ¡Sigue así! Grité. Adelante gasta todas las municiones; serás uno menos a preocuparme. Di la vuelta y escapé, con el Hellcat acercándose rápidamente. Cuando se encontraba unos trescientos metros a mi espalda, viré a la izquierda. El Grumman pasó por debajo de mí, aún disparando al aire.
Perdí la paciencia. ¿Por qué huir de tan torpe piloto? Sin pensarlo dos veces, volví y me puse sobre su cola. A cincuenta metros de distancia solté una ráfaga de los cañones.
Desperdiciada. No había corregido el deslizamiento causado por mi abrupto giro. Y de pronto no me importó el avión que tenía delante ... otro Grumman estaba sobre mi cola, disparando sin cesar. Una vez más, el giro a la izquierda, la maniobra que nunca me fallaba. El Hellcat pasó rugiendo, seguido por el tercero y el cuarto de los cazas del cuarteto.
Otros cuatro aviones se hallaban casi directamente encima de mí, listos para picar. A veces uno tiene que atacar a fin de defenderse. Subí en vertical, justo por debajo de los cuatro cazas. Los pilotos levantaron las alas una y otra vez, tratando de encontrarme. No tenía tiempo para dispersarlos. Tres Hellcats venían hacia mí por la derecha. Escapé por los pelos de sus trazadoras y me evadí con la misma maniobra a la izquierda.
Los cazas volvieron a su amplio anillo. Cualquier movimiento que hacía para escaparme provocaba la salida de varios aviones a cortarme el paso desde distintas direcciones. Volé en círculos en el centro de la rueda, buscando una salida.
No tenían intención de dejarme escapar. Uno tras otro, los cazas arrancaban del círculo y venían a por mí, disparando al acercarse.
No recuerdo cuántas veces atacaron los cazas ni cuántas los eludí. Me corría tanto el sudor que me empapó la ropa interior. Toda mi frente estaba cubierta de gotas que empezaban a caer en mi rostro. Proferí una maldición cuando el salado líquido penetró en mi ojo izquierdo ... ¡no podía tomarme el tiempo necesario para frotármelo con la mano! Todo lo que podía hacer era pestañear, tratar de que no entrara la sal, tratar de ver.
Me cansaba demasiado rápidamente. No sabía cómo podía escapar del anillo. Pero resultaba evidente que estos pilotos no eran tan buenos como sus aviones. Una voz interior parecía susurrarme, parecía repetirme una y otra vez las mismas palabras ... velocidad ... mantén la velocidad ... olvídate del motor, quémalo, pero ¡mantén la velocidad !... sigue girando ... no dejes nunca de dar vueltas ...
El brazo empezaba a entumecérseme del constante giro a la izquierda para evadir las trazadoras de los Hellcats. Si aflojaba una sola vez la velocidad al girar a la izquierda, ese sería mi fin. Mas, ¿ por cuánto tiempo podía mantener la velocidad necesaria al maniobrar para alejarme?
¡Debía seguir virando! En tanto los aviones enemigos quisieran conservar intacto su anillo, sólo un caza podía atacarme cada vez. Y yo no temía eludir a un solo avión al hacer su pasada. Las trazadoras se acercaban, pero tendrían que alcanzarme exactamente si es que iban a derribarme. No importaba si los proyectiles pasaban a cien metros o a cien centímetros de distancia, en tanto yo pudiera eludirlos.
Necesitaba tiempo para alejarme de los cazas que aceleraban, uno tras otro, arrancando del amplio anillo que mantenían alrededor mío.
Viré, A todo gas.
Palanca a la izquierda.
¡Ahí viene otro!
Con fuerza otra vez. El mar y el horizonte dan vueltas vertiginosamente.
¡Derrape!
¡Otro!
¡Ese iba cerca!
Trazadoras brillantes, refulgentes, relampagueantes. Siempre por debajo del ala.
Gobierna de nuevo.
¡Mantén la velocidad!
Virar a la izquierda.
Virar.
¡ Mi brazo! ¡ Apenas lo noto ya!
Si alguno de los Hellcats hubiera escogido una maniobra de aproximación diferente para su pasada de ataque o se hubiese concentrado cuidadosamente en su objetivo, seguramente me habría barrido del cielo. Ni una sola vez apuntaron los aviadores adversarios al punto hacia el que se dirigía mi avión. Si uno solo de los cazas hubiera sembrado de trazadoras el espacio vacío inmediato a mí, hacia la zona adonde yo viraba cada vez, yo habría volado en plena trayectoria de sus balas.
Pero existe una peculiaridad respecto a los aviadores. Su psicología es extraña, excepto en cuanto a los pocos que resisten y perseveran para llegar a ser ases destacados. El 99 por ciento de todos los pilotos se aferra a la fórmula que les enseñaron en la escuela. Seguirán una cierta pauta y, venga lo que venga, nunca considerarán la posibilidad de apartarse de esa norma.
Así que esta pugna se redujo a una prueba de resistencia entre el momento en que mi brazo cediese, y yo flaquease en mis maniobras de evasión, y la capacidad de combustible de los Hellcats. Ellos todavía tenían que volver a sus portaaviones.
Miré el indicador de velocidad del avión con relación al aire. Casi 565 kilómetros por hora, la mayor que podía alcanzar el Cero.
Necesitaba aguantar más que mi brazo. El caza tenía también sus límites. Yo temía por las alas. Se estaban arqueando bajo la repetida violencia de las maniobras de escape. Existía la posibilidad de que el metal pudiera ceder como consecuencia de la continua presión, y el ala fuera arrancada del Cero, pero eso quedaba fuera de mis manos. Yo sólo podía continuar volando. Debía forzar el avión a los virajes de evasión, o perecer.
Viraje.
¡Mueve la palanca!
Derrape.
Ahí viene otro.
¡Al diablo con las alas! ¡Vira!
No oigo nada. El sonido del motor del Cero, el rugiente trueno de los Hellcats, el pesado staccato de sus ametralladoras de media pulgada ... todo había desaparecido.
Me pica el ojo izquierdo.
Me corre el sudor.
No puede limpiarlo.
¡Cuidado!
La palanca. Pisa el pedal.
Allá van las trazadoras. Han vuelto a fallar.
El altímetro había caído al fondo; el océano se hallaba inmediatamente debajo de mi avión. Hay que sostener las alas, Sakai, o azotarás una ola con la punta del plano. ¿Dónde había comenzado el combate aéreo? Cuatro mil metros de altitud. Más de cuatro kilómetros deslizándose y alejándose de las trazadoras, más y más abajo. Y ahora no quedaba margen alguno de altura.
Pero los Hellcats no podían hacer sus pasadas de ametrallamiento como antes. Ni picar, porque no disponían de espacio para recoger el picado. Ahora intentarían algo más. Disponía de unos pocos momentos. Sujeté la palanca con la mano izquierda, y sacudí enérgicamente la derecha. Me dolía. Me dolía todo. Un dolor sordo, un entumecimiento paralizante.
Ahí vienen, deslizándose del anillo. Ahora tienen cuidado, temerosos de lo que yo pueda hacer súbitamente. Uno gira. Y hace una pasada.
No es difícil salirse de la trayectoria.
Viraje a la izquierda. Mirada.
Las trazadoras.
Se alzan géiseres del agua. Rociada. Espuma.
Ahí viene otro.
¿Cuántas veces han ido a por mí de esa manera? He perdido la cuenta. ¿Cuándo abandonarán? ¡Tienen que andar escasos de combustible!
Pero ya no puedo maniobrar tan eficazmente. Se me entumecen los brazos. Estoy perdiendo el tacto. En vez de virar con un movimiento rápido y firme, el Cero describe un arco que se transforma en un óvalo chapucero, estirando cada maniobra. Los Hellcats se dieron cuenta y arreciaron sus ataques, más audaces ahora. Sus pasadas se suceden tan rápidamente que apenas tengo tiempo de respirar.
No podía sostenerme. ¡Tenía que tomarme un respiro! Salí de otro viraje a la izquierda, pisé el pedal del timón y empujé la palanca de mando hacia el mismo lado. El Cero se encolerizó como respuesta y yo di todo el gas al caza buscando una fisura en el anillo. Estaba fuera, bajando nuevamente el morro y escapando, justo por encima del agua. Los Hellcats se arremolinaron por un momento, confusos. Luego volvieron a perseguirme.
La mitad de los aviones formaban una barricada por encima, mientras los otros, en un apretado manojo de ametralladoras escupiendo fuego, se lanzaban tras de mí. Los Hellcats eran demasiado rápidos. En pocos segundos se hallaban en posición de fuego. Seguí gobernando progresivamente a la derecha, haciendo que el Cero se rebelara y diera tirones a cada maniobra. A la izquierda, surtidores de blanca espuma saltaban al aire por efecto de las trazadoras, que continuaban errando mi aparato por muy poco.
Se resistían a abandonar. Ahora bajaban en mi busca los cazas de la parte alta. Los aviones que tenía inmediatamente detrás soltaron sus ráfagas, y los Hellcats que picaban trataban de anticiparse a mis movimientos. Apenas podía mover los brazos o las piernas. No había salida. Si continuaba volando bajo, sólo sería cuestión de un minuto o dos que moviera la palanca con excesiva lentitud. ¿Por qué esperar a morir, corriendo como un cobarde?
Tiré de la palanca hacia mi estómago. El Cero chirrió arriba y atrás, y allí, a sólo cien metros delante de mí, estaba un Hellcat, con su asombrado piloto tratando de encontrar mi aparato.
Los cazas que tenía a la espalda ya viraban sobre mí. No me importaba cuántos eran. Yo quería este avión. El Hellcat de encabritó alocadamente para escapar. ¡Ahora! Apreté el gatillo; salieron las trazadoras. Mis brazos habían ido demasiado lejos. El Cero se tambaleó; yo no podía mantener los brazos firmes. El caza enemigo viró acusadamente, empezó a subir y huyó.
El rizo había ayudado. Los otros cazas se arremolinaron en plena confusión. Gané altura y de nuevo huí. Los Hellcats venían a por mí. Los locos que tripulaban aquellos aviones disparaban desde quinientos metros de distancia. Desperdiciad las municiones, desperdiciadlas, grité. ¡Pero eran tan rápidos! Las trazadoras relampaguearon junto a mi ala, y viré desesperadamente.
Abajo, Iwo Jima apareció súbitamente. Agité las alas, confiando en que los artilleros de tierra verían las marcas rojas. Fue un error. La maniobra me hizo perder velocidad, y los Hellcats se hallaban otra vez sobre mí.
¿Dónde estaba la artillería antiaérea? ¿Qué pasaba con los de la isla? ¡Disparad, locos, disparad!
Iwo estalló en llamas. Brillantes fogonazos cruzaban la isla. Parecía que disparaban todos los cañones, escupiendo trazadoras al aire. Las explosiones sacudían al Cero. Penachos retorcidos de humo aparecieron entre los Hellcats. Estos viraron acusadamente y picaron fuera del alcance de las armas de tierra.
Seguí a todo gas. Estaba aterrorizado. Miré atrás, temiendo que hubieran vuelto, que en cualquier segundo las trazadoras no fallaran, que alcanzaran la cabina, rompiendo el metal y desgarrando mi carne.
Rebasé Iwo, golpeé la palanca del mando de gases y pedí al avión que volara más rápido. ¡Más y más veloz! Ante mí tenía un cúmulo gigantesco que se alzaba a gran altura sobre el agua. No me preocupaban las corrientes de aire. Sólo quería escapar de aquellos cazas. A toda velocidad, me precipité en la ondulante masa.
Un monstruoso puño pareció apoderarse del Cero y despedirlo brutalmente por el aire. No vi otra cosa que vívidos chispazos de luz, y luego la negrura. No tenía gobierno. El avión caía y se encabritaba. Estaba boca abajo, cayendo; luego se sostenía sobre las alas y saltaba hacia arriba, la cola primero.
Después no pude más. La tormenta del interior de la nube escupió al Cero con un violento vaivén. Yo estaba boca abajo. Recuperé el gobierno del avión a menos de quinientos metros. Muy al Sur divisé a quince Hellcats que regresaban a sus portaaviones. Resultaba difícil creer que todo había terminado y que aún me encontraba con vida. Quería desesperadamente abandonar el aire. Quería tierra firme bajo mis pies ...
Este piloto, el gran as japonés Saburo Sakai perdió un ojo durante una misión anterior a ésta narrada sobre Iwo Jima, lo cual detallaré en su post
[quote]A las cinco y veinte del 24 de junio de 1944, las sirenas de la alarma aérea de Iwo Jima comienzan a sonar. La estación de radar señala una gran concentración de aviones norteamericanos setenta millas al Sur. Los pilotos japoneses corren a sus Ceros, cuyos motores ya han sido puestos en marcha por el personal de tierra, y luego empieza a retorcerse el polvo en el aire al correr por las pistas más de ochenta Ceros, replegar el tren de aterrizaje y lanzarse como flechas al cielo.
Los pilotos de los Ceros se hacen señales unos a otros, y rompen la formación. Cuarenta y dos cazas suben casi en candela y perforan las nubes. Los cazas nipones buscan en todas las direcciones. Nada. A excepción de ellos el cielo está vacío.
Un descuidado enjambre de cazas norteamericanos asciende casi en vertical desde las nubes. Al atravesar éstas, los pilotos estadounidenses han descuidado su formación. Inmediatamente, los Ceros pasan al ataque, picando con la mayor rapidez sobre los aviones enemigos que, momentáneamente pero totalmente, han sido cogidos desprevenidos.
Los pilotos norteamericanos empujan a tope la palanca del mando de gases para ganar velocidad desesperadamente. A poca velocidad, con los morros en alto por la subida, cogidos desapercibidos, cegados por el sol, los Grumman sólo pueden recibir el castigo hasta que los japoneses se deslicen a través de ellos.
El aviador naval Kinsuke Muto era el As más destacado del Ala de Yokosuka. Excelente tirador y piloto, Muto bajaba a todo gas, con un control perfecto. Sus ametralladoras y cañones escupían cortantes ráfagas desde cerca. Dos Hellcats se incendiaron casi de inmediato; el As japonés, tan pronto alcanzaba un enemigo se dirigía a la siguiente víctima. Después, eligió a un Grumman, mientras su piloto metía el caza en una serie de toneles tratando frenéticamente de escapar de su adversario.
Saburo Sakai
El avión recibió una larga ráfaga en los depósitos de combustible e hizo explosión, pero Muto ya estaba tras otro caza. El piloto norteamericano se retorcía y giraba magníficamente. Ante un aviador medio, habría conseguido escapar, pero Muto era cualquier cosa menos un piloto del montón. Proyectiles de cañón se estrellaron contra la cabina del Hellcat, y Muto se apuntó su cuarta victoria del día. Los Hellcats se precipitaron hacia las protectoras nubes de abajo.
El primer indicio que los cuarenta pilotos nipones, que esperaban debajo de las nubes, tuvieron de la lucha que se desarrollaba sobre ellos, fue la vista de un caza norteamericano que de precipitaba hacia tierra. Momentos después un enjambre de Hellcat se desplomaba de las nubes en acusado picado y a todo gas.
Si en la fuerza que operaba sobre las nubes se encontraba Muto, la fuerza de debajo tenía a Saburo Sakai. Sin embargo Sakai volaba con desventaja. Había sido gravemente herido tiempo atrás y solo tenía vista en un ojo. No había combatido en varios años.
Saburo Sakai nos relata el combate bajo las nubes:
No hubo vacilación por parte de los pilotos norteamericanos. Los cazas Grumman atacaban con los motores a pleno régimen. Luego los aviones cubrían el cielo, ganando altura desde el nivel del mar a la capa nubosa mientras reñían encarnizados encuentros. Se deshacían las formaciones.
Me lancé en apretado rizo y luego salí de él para situarme en la cola de un Hellcat, soltando una ráfaga tan pronto el avión apareció en el colimador. El avión enemigo se distanció, y mis balas sólo encontraron el vacío. Caí en una espiral vertical a la izquierda y seguí acortando distancias, tratando de abrir hueco para un disparo certero en la panza del aparato. El Grumman intentó igualarme en el giro; ese era el momento que necesitaba: el vientre del caza llenó el colimador, y solté una segunda ráfaga. Los proyectiles de los cañones hicieron explosión a lo largo del fuselaje. Al segundo siguiente, espesas nubes de humo negro surgieron del avión, el cual entró en un incontrolable picado hacia el mar.
Yo veía cazas por todas partes, largas estelas de humo, llamaradas y explosiones. Había mirado demasiado tiempo. Las trazadoras surgieron directamente por debajo de mi ala; instintivamente, tiré de la palanca hacia la izquierda, viré para colocarme sobre su cola y solté una ráfaga. Fallé. Él picó fuera de mi alcance, más rápido de lo que yo podía seguirle.
Me maldije por haberme dejado coger desprevenido, y con igual vehemencia maldije mi ojo son luz, que dejaba en sombras casi la mitad de mi área de visión. Con la mayor rapidez, me deslicé fuera del arnés del paracaídas y liberé mi cuerpo, para poder moverme el asiento y compensar así la falta de visión lateral.
Y miré sin darme un momento de reposo. Tenía a mi cola por lo menos media docena de cazas Grumman, maniobrando para situarse en posición de tiro. Sus alas aparecieron envueltas en llamas al abrir fuego. Otro giro a la izquierda -¡Rápido !- y las trazadoras pasaron inofensivamente. Los seis cazas rebasaron mis alas y ganaron altura en giros ascensionales a la derecha.
¡ Esta vez no! ¡ Oh, no! Empujé a tope la palanca del mando de gases y giré a la derecha, volviendo sobre los seis cazas a toda la velocidad que el Cero podía darme. Eché un vistazo a popa: no había otros aviones a mi espalda. Uno de estos iba a ser mío. ¡ Lo juré! El Cero acortó rápidamente la distancia al Grumman más cercano. A cincuenta metros, abrí fuego con los cañones observando cómo las granadas recorrían el fuselaje y desaparecían en la cabina. Humo y llamas surgieron debajo del cristal: un instante después, el Hellcat se desvió alocadamente y cayó sobre un ala, con su rastro de humo aumentando cada segundo.
¡Pero había más cazas a mi cola! De pronto, no tuve el menor deseo de enfrentarme a ellos. Me invadió el cansancio como si fuera un manto sofocante. En los viejos días de Lae, no habría perdido tiempo en tirar del Cero e ir a por ellos. Pero ahora me sentía como si todo mi vigor se hubiera secado. No quería luchar.
Piqué y salí huyendo. En estas condiciones habría sido un verdadero suicidio oponerme a los Hellcats. Un desliz, un segundo de retraso en mover la palanca de mando o el pedal del timón ... y allí acabaría todo. Necesitaba tiempo para recobrar el resuello, para sacudirme el súbito aturdimiento. Quizá se trataba de la consecuencia de tratar de ver mucho con un solo ojo, como había venido haciendo; únicamente sabía que no podía combatir.
Escapé hacia el norte, empleando la sobrealimentación del motor para alejarme. Los Hellcats dieron la vuelta en busca de caza más fresca ...
Volé lentamente en círculos, al Norte de Iwo, aspirando profundamente el aire y tratando de relajarme. El mareo desapareció, y volví a la zona de lucha. El combate había terminado. Aún se veían Ceros y Hellcats en el cielo, pero se hallaban muy separados, y los cazas de ambos bandos volvían a sus grupos respectivos.
A proa y a la derecha vi quince Ceros que rehacían la formación, y me acerqué para unirme a ellos. Subí por debajo de la formación y ...
¡Hellcats! Ahora comprendí por qué el médico, tiempo atrás, había protestado con tanta vehemencia de mi vuelta al campo de batalla. Con un solo ojo, sufría la perspectiva, y yo perdía los pequeños detalles al identificar aviones a distancia. Hasta que las estrellas blancas sobre fondo azul se hicieron claras no me di cuenta de mi error. No traté de desprenderme del temor que me asaltaba; giré a la izquierda, di una vuelta ceñida, picando para alcanzar más velocidad, y confié en que los cazas Grumman no me hubieran visto.
No tuve tal suerte. Los Hellcats rompieron la formación y emprendieron la persecución. ¿Qué podía hacer yo? Mis posibilidades se presentaban desoladoras.
No; todavía quedaba una salida, y una pequeña posibilidad en ella. Estaba casi sobre Iwo Jima. Si podía superar en la maniobra a los otros aviones - tarea casi imposible, pensé- hasta que se vieran escasos de combustible y tuviesen que romper el contacto para regresar a sus bases de partida ...
Entonces me di cuenta de la velocidad de estos cazas. Acortaban distancias en segundos. ¡ Eran tan rápidos! Resultaba inútil correr más ...
Retrocedí en apretado giro. La maniobra sorprendió a los pilotos enemigos al tiempo que subía hacia ellos en espiral. Me quedé asombrado; no se dispersaron. El caza guía respondió con una espiral idéntica, reproduciendo perfectamente mi maniobra. De nuevo volé en espiral, acercándome más esta vez. Los aviones adversarios no cedieron terreno.
Estos nuevos Hellcats eran los aparatos enemigos más maniobreros con los que me hubiera tropezado antes. Salí de la espiral en una trampa. Los quince cazas desfilaron en una larga columna. Y al momento siguiente me encontré girando en un anillo gigante de quince Hellcats. Por todos lados veía las anchas alas con las estrellas blancas. Si alguna vez un piloto se ha visto rodeado en el aire, ese era yo.
Disponía de poco tiempo para examinar mis desventuras. Cuatro cazas rompieron su círculo y vinieron hacia mí. Estaban demasiado anhelantes. Me aparté fácilmente del camino, y los Hellcats pasaron de largo, aparentemente sin gobierno. Pero lo que creí un ligero giro únicamente me situó por encima de varios otros cazas. Un segundo cuarteto rompió el anillo, derecho a mi cola.
Corrí. Aceleré para sacar al motor hasta el último gramo de fuerza y me alejé lo suficiente a fin de colocarme fuera del alcance de sus armas, al menos por el momento. El primer cuarteto había subido de su zambullida y de hallaban por encima de mí, picando para hacer otra pasada.
Pisé con el pie derecho el pedal del timón, haciendo derrapar al Cero hacia la izquierda. Luego la palanca de mando, bien a la izquierda, en agudo giro. Aparecieron unos cuantos fogonazos debajo de mi cola derecha, seguidos por un Hellcat que caía a plomo.
Salí del tonel en ceñida vuelta. El segundo Grumman se hallaba a unos setecientos metros detrás de mí, con las alas ya envueltas en llamas amarillas de sus ametralladoras. Si no lo había sabido antes, lo sabía ahora. Los pilotos enemigos estaban tan verdes como los bisoños míos ... y este podía ser el factor que quizá me salvara la vida.
El segundo caza siguió aproximándose, salpicando todo el cielo de trazadoras, las cuales no llegaban a mi aparato. ¡Sigue así! Grité. Adelante gasta todas las municiones; serás uno menos a preocuparme. Di la vuelta y escapé, con el Hellcat acercándose rápidamente. Cuando se encontraba unos trescientos metros a mi espalda, viré a la izquierda. El Grumman pasó por debajo de mí, aún disparando al aire.
Perdí la paciencia. ¿Por qué huir de tan torpe piloto? Sin pensarlo dos veces, volví y me puse sobre su cola. A cincuenta metros de distancia solté una ráfaga de los cañones.
Desperdiciada. No había corregido el deslizamiento causado por mi abrupto giro. Y de pronto no me importó el avión que tenía delante ... otro Grumman estaba sobre mi cola, disparando sin cesar. Una vez más, el giro a la izquierda, la maniobra que nunca me fallaba. El Hellcat pasó rugiendo, seguido por el tercero y el cuarto de los cazas del cuarteto.
Otros cuatro aviones se hallaban casi directamente encima de mí, listos para picar. A veces uno tiene que atacar a fin de defenderse. Subí en vertical, justo por debajo de los cuatro cazas. Los pilotos levantaron las alas una y otra vez, tratando de encontrarme. No tenía tiempo para dispersarlos. Tres Hellcats venían hacia mí por la derecha. Escapé por los pelos de sus trazadoras y me evadí con la misma maniobra a la izquierda.
Los cazas volvieron a su amplio anillo. Cualquier movimiento que hacía para escaparme provocaba la salida de varios aviones a cortarme el paso desde distintas direcciones. Volé en círculos en el centro de la rueda, buscando una salida.
No tenían intención de dejarme escapar. Uno tras otro, los cazas arrancaban del círculo y venían a por mí, disparando al acercarse.
No recuerdo cuántas veces atacaron los cazas ni cuántas los eludí. Me corría tanto el sudor que me empapó la ropa interior. Toda mi frente estaba cubierta de gotas que empezaban a caer en mi rostro. Proferí una maldición cuando el salado líquido penetró en mi ojo izquierdo ... ¡no podía tomarme el tiempo necesario para frotármelo con la mano! Todo lo que podía hacer era pestañear, tratar de que no entrara la sal, tratar de ver.
Me cansaba demasiado rápidamente. No sabía cómo podía escapar del anillo. Pero resultaba evidente que estos pilotos no eran tan buenos como sus aviones. Una voz interior parecía susurrarme, parecía repetirme una y otra vez las mismas palabras ... velocidad ... mantén la velocidad ... olvídate del motor, quémalo, pero ¡mantén la velocidad !... sigue girando ... no dejes nunca de dar vueltas ...
El brazo empezaba a entumecérseme del constante giro a la izquierda para evadir las trazadoras de los Hellcats. Si aflojaba una sola vez la velocidad al girar a la izquierda, ese sería mi fin. Mas, ¿ por cuánto tiempo podía mantener la velocidad necesaria al maniobrar para alejarme?
¡Debía seguir virando! En tanto los aviones enemigos quisieran conservar intacto su anillo, sólo un caza podía atacarme cada vez. Y yo no temía eludir a un solo avión al hacer su pasada. Las trazadoras se acercaban, pero tendrían que alcanzarme exactamente si es que iban a derribarme. No importaba si los proyectiles pasaban a cien metros o a cien centímetros de distancia, en tanto yo pudiera eludirlos.
Necesitaba tiempo para alejarme de los cazas que aceleraban, uno tras otro, arrancando del amplio anillo que mantenían alrededor mío.
Viré, A todo gas.
Palanca a la izquierda.
¡Ahí viene otro!
Con fuerza otra vez. El mar y el horizonte dan vueltas vertiginosamente.
¡Derrape!
¡Otro!
¡Ese iba cerca!
Trazadoras brillantes, refulgentes, relampagueantes. Siempre por debajo del ala.
Gobierna de nuevo.
¡Mantén la velocidad!
Virar a la izquierda.
Virar.
¡ Mi brazo! ¡ Apenas lo noto ya!
Si alguno de los Hellcats hubiera escogido una maniobra de aproximación diferente para su pasada de ataque o se hubiese concentrado cuidadosamente en su objetivo, seguramente me habría barrido del cielo. Ni una sola vez apuntaron los aviadores adversarios al punto hacia el que se dirigía mi avión. Si uno solo de los cazas hubiera sembrado de trazadoras el espacio vacío inmediato a mí, hacia la zona adonde yo viraba cada vez, yo habría volado en plena trayectoria de sus balas.
Pero existe una peculiaridad respecto a los aviadores. Su psicología es extraña, excepto en cuanto a los pocos que resisten y perseveran para llegar a ser ases destacados. El 99 por ciento de todos los pilotos se aferra a la fórmula que les enseñaron en la escuela. Seguirán una cierta pauta y, venga lo que venga, nunca considerarán la posibilidad de apartarse de esa norma.
Así que esta pugna se redujo a una prueba de resistencia entre el momento en que mi brazo cediese, y yo flaquease en mis maniobras de evasión, y la capacidad de combustible de los Hellcats. Ellos todavía tenían que volver a sus portaaviones.
Miré el indicador de velocidad del avión con relación al aire. Casi 565 kilómetros por hora, la mayor que podía alcanzar el Cero.
Necesitaba aguantar más que mi brazo. El caza tenía también sus límites. Yo temía por las alas. Se estaban arqueando bajo la repetida violencia de las maniobras de escape. Existía la posibilidad de que el metal pudiera ceder como consecuencia de la continua presión, y el ala fuera arrancada del Cero, pero eso quedaba fuera de mis manos. Yo sólo podía continuar volando. Debía forzar el avión a los virajes de evasión, o perecer.
Viraje.
¡Mueve la palanca!
Derrape.
Ahí viene otro.
¡Al diablo con las alas! ¡Vira!
No oigo nada. El sonido del motor del Cero, el rugiente trueno de los Hellcats, el pesado staccato de sus ametralladoras de media pulgada ... todo había desaparecido.
Me pica el ojo izquierdo.
Me corre el sudor.
No puede limpiarlo.
¡Cuidado!
La palanca. Pisa el pedal.
Allá van las trazadoras. Han vuelto a fallar.
El altímetro había caído al fondo; el océano se hallaba inmediatamente debajo de mi avión. Hay que sostener las alas, Sakai, o azotarás una ola con la punta del plano. ¿Dónde había comenzado el combate aéreo? Cuatro mil metros de altitud. Más de cuatro kilómetros deslizándose y alejándose de las trazadoras, más y más abajo. Y ahora no quedaba margen alguno de altura.
Pero los Hellcats no podían hacer sus pasadas de ametrallamiento como antes. Ni picar, porque no disponían de espacio para recoger el picado. Ahora intentarían algo más. Disponía de unos pocos momentos. Sujeté la palanca con la mano izquierda, y sacudí enérgicamente la derecha. Me dolía. Me dolía todo. Un dolor sordo, un entumecimiento paralizante.
Ahí vienen, deslizándose del anillo. Ahora tienen cuidado, temerosos de lo que yo pueda hacer súbitamente. Uno gira. Y hace una pasada.
No es difícil salirse de la trayectoria.
Viraje a la izquierda. Mirada.
Las trazadoras.
Se alzan géiseres del agua. Rociada. Espuma.
Ahí viene otro.
¿Cuántas veces han ido a por mí de esa manera? He perdido la cuenta. ¿Cuándo abandonarán? ¡Tienen que andar escasos de combustible!
Pero ya no puedo maniobrar tan eficazmente. Se me entumecen los brazos. Estoy perdiendo el tacto. En vez de virar con un movimiento rápido y firme, el Cero describe un arco que se transforma en un óvalo chapucero, estirando cada maniobra. Los Hellcats se dieron cuenta y arreciaron sus ataques, más audaces ahora. Sus pasadas se suceden tan rápidamente que apenas tengo tiempo de respirar.
No podía sostenerme. ¡Tenía que tomarme un respiro! Salí de otro viraje a la izquierda, pisé el pedal del timón y empujé la palanca de mando hacia el mismo lado. El Cero se encolerizó como respuesta y yo di todo el gas al caza buscando una fisura en el anillo. Estaba fuera, bajando nuevamente el morro y escapando, justo por encima del agua. Los Hellcats se arremolinaron por un momento, confusos. Luego volvieron a perseguirme.
La mitad de los aviones formaban una barricada por encima, mientras los otros, en un apretado manojo de ametralladoras escupiendo fuego, se lanzaban tras de mí. Los Hellcats eran demasiado rápidos. En pocos segundos se hallaban en posición de fuego. Seguí gobernando progresivamente a la derecha, haciendo que el Cero se rebelara y diera tirones a cada maniobra. A la izquierda, surtidores de blanca espuma saltaban al aire por efecto de las trazadoras, que continuaban errando mi aparato por muy poco.
Se resistían a abandonar. Ahora bajaban en mi busca los cazas de la parte alta. Los aviones que tenía inmediatamente detrás soltaron sus ráfagas, y los Hellcats que picaban trataban de anticiparse a mis movimientos. Apenas podía mover los brazos o las piernas. No había salida. Si continuaba volando bajo, sólo sería cuestión de un minuto o dos que moviera la palanca con excesiva lentitud. ¿Por qué esperar a morir, corriendo como un cobarde?
Tiré de la palanca hacia mi estómago. El Cero chirrió arriba y atrás, y allí, a sólo cien metros delante de mí, estaba un Hellcat, con su asombrado piloto tratando de encontrar mi aparato.
Los cazas que tenía a la espalda ya viraban sobre mí. No me importaba cuántos eran. Yo quería este avión. El Hellcat de encabritó alocadamente para escapar. ¡Ahora! Apreté el gatillo; salieron las trazadoras. Mis brazos habían ido demasiado lejos. El Cero se tambaleó; yo no podía mantener los brazos firmes. El caza enemigo viró acusadamente, empezó a subir y huyó.
El rizo había ayudado. Los otros cazas se arremolinaron en plena confusión. Gané altura y de nuevo huí. Los Hellcats venían a por mí. Los locos que tripulaban aquellos aviones disparaban desde quinientos metros de distancia. Desperdiciad las municiones, desperdiciadlas, grité. ¡Pero eran tan rápidos! Las trazadoras relampaguearon junto a mi ala, y viré desesperadamente.
Abajo, Iwo Jima apareció súbitamente. Agité las alas, confiando en que los artilleros de tierra verían las marcas rojas. Fue un error. La maniobra me hizo perder velocidad, y los Hellcats se hallaban otra vez sobre mí.
¿Dónde estaba la artillería antiaérea? ¿Qué pasaba con los de la isla? ¡Disparad, locos, disparad!
Iwo estalló en llamas. Brillantes fogonazos cruzaban la isla. Parecía que disparaban todos los cañones, escupiendo trazadoras al aire. Las explosiones sacudían al Cero. Penachos retorcidos de humo aparecieron entre los Hellcats. Estos viraron acusadamente y picaron fuera del alcance de las armas de tierra.
Seguí a todo gas. Estaba aterrorizado. Miré atrás, temiendo que hubieran vuelto, que en cualquier segundo las trazadoras no fallaran, que alcanzaran la cabina, rompiendo el metal y desgarrando mi carne.
Rebasé Iwo, golpeé la palanca del mando de gases y pedí al avión que volara más rápido. ¡Más y más veloz! Ante mí tenía un cúmulo gigantesco que se alzaba a gran altura sobre el agua. No me preocupaban las corrientes de aire. Sólo quería escapar de aquellos cazas. A toda velocidad, me precipité en la ondulante masa.
Un monstruoso puño pareció apoderarse del Cero y despedirlo brutalmente por el aire. No vi otra cosa que vívidos chispazos de luz, y luego la negrura. No tenía gobierno. El avión caía y se encabritaba. Estaba boca abajo, cayendo; luego se sostenía sobre las alas y saltaba hacia arriba, la cola primero.
Después no pude más. La tormenta del interior de la nube escupió al Cero con un violento vaivén. Yo estaba boca abajo. Recuperé el gobierno del avión a menos de quinientos metros. Muy al Sur divisé a quince Hellcats que regresaban a sus portaaviones. Resultaba difícil creer que todo había terminado y que aún me encontraba con vida. Quería desesperadamente abandonar el aire. Quería tierra firme bajo mis pies ...
Este piloto, el gran as japonés Saburo Sakai perdió un ojo durante una misión anterior a ésta narrada sobre Iwo Jima, lo cual detallaré en su post
elmiliciano- Soldado Raso
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